La primera vez que pasamos Navidad en Madrid

El día que Alma conoció a Mickey

Desde que Alma aprendió a reconocer personajes, Mickey Mouse se convirtió en su favorito. Sus ojitos brillaban cada vez que lo veía en la televisión, en su ropa o en los cuentos antes de dormir. Así que cuando le dijeron que irían a Disneyland París, el hogar de su amigo de orejas grandes, su emoción no tuvo límites.

El gran día llegó, y ahí estaba Alma, con sus manitas aferradas a los de sus padres, esperando pacientemente en la fila. Más de una hora de espera para un instante mágico, pero ella no se quejó ni un segundo. Sus piecitos apenas contenían las ganas de correr, y sus ojitos buscaban ansiosos cada indicio de que Mickey estaba cerca.

Cuando por fin llegó el momento de entrar a su camerino, el mundo pareció detenerse. Frente a ella, con su gran sonrisa y sus brazos abiertos, estaba Mickey Mouse. Alma no pudo contenerse. Sin pensarlo, corrió hacia él con los brazos extendidos, dispuesta a fundirse en un abrazo. Pero la emoción fue tan grande que no se dio cuenta de que aún no era su turno.

Un pequeño instante de confusión la hizo detenerse, pero solo por un momento. Mickey, con la dulzura que lo caracteriza, le tendió la mano. Alma, con una sonrisa que iluminaba su carita, la tomó sin dudar. Posó junto a él con la naturalidad de quien abraza a un amigo de toda la vida. Y en ese instante, para ella, el mundo entero desapareció.

Ese día, Alma no solo conoció a Mickey Mouse. Ese día, la magia se hizo real.

en_USEnglish